Él tomo un baño rápidamente y se vistió con los primero que encontró, no esperaba nada de la noche ni la noche esperaba algo de él; sin embargo cualquier cosa era mejor que deprimirse en su cama. Prendió un cigarro y se embarco en el primer taxi que se le asomó.

Ella era tan minuciosa que eran horas las que pasaba frente al espejo, ningún detalle se le escapaba, todo estaba controlado, nada que una buena base no pudiera resolver. La vestimenta era el reflejo de una difícil decisión y el resultado de varias pruebas, oscilando entre todos los tamaños formas y colores. A pesar de que la triste noche limeña estaba mas fría que de costumbre, se decidió por lo más llamativo y pequeño; fiel a su desvergonzado estilo.

Se bajo del taxi y diviso rápidamente a su amigo, el se encontraba con un grupo de chicas calentando los motores antes del baile, lentamente se aproximo y acertó a decir un tímido hola. -Hola Miguel, tanto te has demorado, pensé que ya no vendrías-; respondió Luciano alegre y con un tanto de alcohol en la cabeza, -ah se me olvidaba te presento a…-, -hay que entrar de una vez se hace tarde-, interrumpió Miguel. Entraron todos a la fiesta, el ambiente se encontraba desenfrenado, en su máxima cúspide; y el vaivén de alcohol, inevitable.

Daniela llego con su grupo de amigas: todas bellas, light, esbeltas, llenas de alegría, soberbia y aire en la cabeza. Todas compartiendo el mismo estilo, el mismo estereotipo y la misma moda.

El día empezó de lo más normal, sin nada nuevo y condenado a la aburrida rutina. El examen no fue lo que esperaba y se resignó a verle la cara a tan minuciosa profesora, la tarde fue un momento más en su hastiado día; se consoló en el cigarro y con la pretérita visión de sus distantes besos. Solo esperaba esa llamada que hubiera cambiado su día y lo sacara de la honda melancolía en la que se encontraba. Pero, aquella llamada nunca llego y el tiempo tan cruel e inevitable pasó sin misericordia y lo condenó a la triste y taciturna noche. Sin embargo ni él ni ella se imaginaron en lo que el ineluctable destino les deparaba.

Regresó a casa después de un día aburrido, tan solo quería dormir y encerrarse en sus libros, los veía como un escape de aquella realidad mediocre y llena de desolaciones; solo esperaba aquella llamada, aquella premisa que le diera una ilusión, tan solo la minúscula esperanza que volviera a encender su corazón. Dormido se encontraba cuando aquella llamada intercepto sus sueños, raudamente se levanto anhelando que fuera la llamada deseada, desafortunadamente para el, tan solo era su amigo, el cual le estaba proponiendo salir de juerga esa noche. Con desidia y pereza atinó a decir con titubeo un sí. Quedaron en ir a una desenfrenada fiesta de la universidad.

En ella, tan gregaria y sociable, no cupo ni por un momento la desilusión ni la melancolía. Era de las que los pretendientes siempre estaban latentes, como perros famélicos y atentos que esperaban despeñarse sin vacilar y sin contemplaciones. Llegó a su casa sin rumbo ni planes, emprendió su aburrida rutina llena de chat y conversaciones vacías vía teléfono, una de ellas era un acostumbrado plan concerniente a baile, borrachera y algo más. El encuentro era en uno de las habituales fiestas universitarias. Parece que el destino conjetura una ineludible confluencia...